Àvia ya sólo tengo una y la que tengo me parece que está lejos.

El domingo comí en su casa, ese piso con paredes de estampados de papel lleno de recuerdos y momentos: esperando a los reyes magos medio escondida y muerta de miedo por el rey negro como el carbón, subida a una silla para que me hiciera el dobladillo de esos tejanos que quería estrenar en sábado, viendo desde el balcón las carreras de avellanas de la Firagost, comiendo canelones en domingo con una resaca del copón, esperando ese vermut copioso que no dejaba llegar al segundo plato o dándome cuartelillo cuando el amor me sonreía y me veía loca de felicidad... De menú caldo y verdura, pero la sorprendí con helado por eso de romper con la rutina y hacer un poco de fiesta. Luego nos sentamos en el sofá y cuando me di cuenta me había tapado con una manta porque llevaba un par de horas durmiendo. Estaba a gusto, pasando un rato con ella, viendola ilusionada por mi visita sin aviso. Quería que me llevara de todo, esos objetos que tienen un valor incalculable... pero no lo hice, me gusta que todas sus cosas esten ahí, si te acercas un poco puedes oir risas y algun que otro llanto, me vi en fotos de hace años, que distinta... con gafas de anticuario y pelo de mafalda, seguro que dentro de unos años me rio de como estoy ahora.