Ingravitto

que el maquillaje no apague tu risa, que el calendario no venga con prisas, que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duerman con cuentos de hadas, que el fin del mundo te pille bailando, que todas la noches sean noches de bodas, que no se ponga la luna de miel...

14 febrero 2008

Mi amiga Maite me pasó hace unos días un artículo de Javier Castañeda publicado en La Vanguardia Digital el pasado 24 de enero, ahí va, disfrutádlo sin prisa es sencillamente genial!!!

Oxitocina
Intentamos hallar la felicidad, pero seguimos cerrados al cambio
A veces ocurre que acabamos de conocer a alguien y sentimos, no sólo que nos resulta familiar como si le conociéramos de toda la vida, sino que además, su mera presencia nos provoca alegría y ganas de sonreír. Una emoción sincera nos acaricia el alma y transmite al cerebro indescriptibles, pero muy placenteras sensaciones, que muchos asocian con libertad, vitalidad y confianza. Cuando esto sucede, un derroche de empatía agranda la estancia y la torna dulce, amable, tierna y sedosa. Esta sensación suele relacionarse con el amor, en sentido amplio, e incluso muchas veces decimos que "todo es cuestión de química". Pues bien, parece que esta expresión -recurrentemente utilizada para definir esa especie de buena energía que emana de una persona, un lugar, una situación o un encuentro- halla su explicación científica precisamente en una sustancia química, la oxitocina; también conocida como "molécula de la confianza", que se genera de modo natural en el hipotálamo y que se relaciona directamente con las emociones, con los patrones sexuales, con las conductas paternales y maternales y con funciones básicas como el enamoramiento, el orgasmo, el parto o la lactancia. Algunos expertos aseguran que el simple contacto con la oxitocina mejora la capacidad de los sujetos para confiar en otras personas, o lo que es lo mismo: dicha molécula destaca por su capacidad para promover la actividad social, superar el temor a la traición y crear un círculo de confianza y afecto. Es, en definitiva, como si se hubiera logrado sintetizar la "píldora de la felicidad", pero lo mejor es que cualquier ser humano es capaz de producirla naturalmente. Para lograr que nuestro cerebro sintetice tan suculenta molécula, tan sólo basta con nutrirse de algunos gestos cotidianos como hablar, reír, tocarnos, ver una puesta de sol o hacer el amor –este no siempre tan cotidiano, pensarán algunos lectores- y la felicidad surgirá de modo casi espontáneo por ese maravilloso depósito de materia gris e impulsos eléctricos que es nuestro cerebro. Eso sí, igual a uno no le sirven las del vecino, cada uno ha de encontrar los gestos que le producen esta sensación de felicidad. Pero, si todo el proceso aparenta ser tan fácil, ¿no deberíamos estar todos dando saltos de alegría? Contentos y radiantes -como aquellos "pequeños renacuajos" a los que aludía German Coppini en aquella tonadilla- pero la realidad no es así. ¿Por qué? Probablemente porque, pese a que esa felicidad inconsciente y gratuita se halla en pequeños gestos básicos y cotidianos, con este tipo de cosas ocurre como con el sentido común, que pese a ser el más mencionado y al que más se recurre, al final suele ser el menor común de los sentidos. Con la oxitocina ocurre igual porque, pese a que todos podemos hablar con otros, ¿hace cuanto que no sentimos haber tenido una conversación de verdad? ¿Y la risa? Basta con observar las expresiones de los rostros diezmados por el estrés, la prisa y el ruido para ver que apenas se incluye en nuestra dieta diaria. Y pese a que vivimos en un mundo supuestamente liberado, la gente apenas se toca. Estamos tan poco acostumbrados a un abrazo, una caricia o un simple roce que, si alguien espontáneamente nos obsequia con uno, nos quedamos petrificados. De las puestas de sol y de aquello del amor no hablaré porque es algo muy íntimo y personal… Pero si hacemos una breve encuesta y preguntamos a la gente cuándo fue la última vez que se paró a ver una puesta de sol, nos mirarán con cara de haber visto un marciano y nos sugerirán que dejemos de tomar psicotrópicos. O quizá que empecemos a tomarlos, nunca se sabe. La cuestión es que los científicos ya conocen qué tipo de situaciones nos pueden ayudar a sentirnos mejor y más felices; y además, resulta que es una molécula que nuestro cerebro sintetiza gratis. Debería ser casi obligatorio pues, que los médicos –y hasta las empresas- prescribieran ver puestas de sol a diario, hacer risoterapia y animaran a buscar, individualmente, el tipo de situaciones que a cada uno ayuden a sintetizar esa graciosa moleculilla que nos llenará de dicha. A la postre, como tal prescripción no abunda, cada uno debería saber recetarse lo que mejor le sienta…En cambio, nos sentimos abiertamente incompetentes para gestionar un cambio: nos anclamos a las inercias como a un yunque de hierro forjado que, gracias a la soga de la cotidianeidad, nos atamos al cuello, para zambullirnos después en ese mar de dudas que hoy día ahoga la existencia del ser. Damos la espalda a nuestra verdadera naturaleza, a todo aquello que nos hacía silbar, para luego quejarnos de infelicidad extrema. Somos torpes al comprometernos por interés y no por afinidad o amor, pero luego nos quejamos si una relación no cubre nuestras expectativas. Transitamos por el porvenir como quién camina por el angosto sendero de una pared vertical de alta montaña, pero nos extrañamos cuando nuestro miedo a vivir nos trae nuestra propia cabeza servida en bandeja para cenar… Sin pensar que, esa añorada armonía que unifica nuestro cuerpo y nuestra mente con nuestros sentimientos y nuestro entorno, tan sólo bañará de oxitocina nuestro presente, cuando seamos capaces de volver a la esencia. Como cuando éramos niños.